MEMORIAS
Memorias de Idhún:
La Resistencia
Sinopsis
Índice
Libro I: Búsqueda
1. Jack
2. Limbhad
3. Victoria
4. "No estás preparado"
5. Cara a cara
6. El Libro de la Tercera Era
7. La Portadora del Báculo
8. El dragón y el unicornio
9. Planes de rescate
10. Serpientes
11. Fuego y hielo
12. "Ven conmigo"
13. Pérdida
14. El fin de la ResistenciaLibro II: Revelación
1. Reencuentros
2. Una nueva estrategia
3. Más allá
4. "Si ha significado algo para ti..."
5. Secretos
6. Su verdadera naturaleza
7. "...El tiempo que haga falta"
8. El punto débil de Kirtash
9. Christian
10. El Ojo de la Serpiente
11. "Dime quién eres..."
12. Traición
13. La luz de Victoria
14. Alianza
Epílogo: Se abre la Puerta.
DedicatoriaEl día en que se produjo en Idhún la conjunción astral de los tres soles y las tres lunas, Ashran el Nigromante se hizo con el poder allí. En nuestro mundo, un guerrero y un mago exiliados de Idhún han formado la Resistencia, a la que pertenecen también Jack y Victoria, dos adolescentes nacidos en la Tierra. El objetivo del grupo es acabar con el reinado de las serpientes aladas, pero Kirtash, un joven y despiadado asesino, enviado por Ashran a la Tierra, no se lo va a permitir...
Para Andrés,
el primero que se atrevió a cruzar la Puerta conmigo,
y que escuchó esta historia bajo la luz de las tres lunas.
Como ya pasara con Las hijas de Tara, Andrés (pareja de Laura) es el "dedicado" de esta primera parte de las aventuras deMemorias de Idhún.el primero que se atrevió a cruzar la Puerta conmigo,
y que escuchó esta historia bajo la luz de las tres lunas.
Índice
Libro I: Búsqueda
1. Jack
2. Limbhad
3. Victoria
4. "No estás preparado"
5. Cara a cara
6. El Libro de la Tercera Era
7. La Portadora del Báculo
8. El dragón y el unicornio
9. Planes de rescate
10. Serpientes
11. Fuego y hielo
12. "Ven conmigo"
13. Pérdida
14. El fin de la ResistenciaLibro II: Revelación
1. Reencuentros
2. Una nueva estrategia
3. Más allá
4. "Si ha significado algo para ti..."
5. Secretos
6. Su verdadera naturaleza
7. "...El tiempo que haga falta"
8. El punto débil de Kirtash
9. Christian
10. El Ojo de la Serpiente
11. "Dime quién eres..."
12. Traición
13. La luz de Victoria
14. Alianza
Epílogo: Se abre la Puerta.
I . JACK
Era ya de noche, una noche de finales de mayo, y un chico de trece años subía en bicicleta por una carretera comarcal bordeada de altas coníferas, de regreso a su casa, una granja junto a un pequeño bosque.
Se llamaba Jack. Hacía ya un par de años que vivía con sus padres en aquella granja a las afueras de Silkeborg, una pequeña ciudad danesa, y todas las tardes, al salir de clase, si el tiempo lo permitía, efectuaba aquel trayecto en bicicleta. Le gustaba hacer ejercicio y, además, el recorrido junto al bosque lo relajaba y apartaba de su mente todas las preocupaciones.
Pero, por alguna razón, aquella vez era diferente.
Llevaba todo el día teniendo una extraña intuición con respecto a su casa y sus padres. No habría sabido decir de qué se trataba, pero tampoco había podido evitar llamar a su madre a mediodía, para asegurarse de que los dos estaban bien, y lo había encontrado todo en orden. Sin embargo, apenas un rato antes, al salir del colegio, había sentido que aquel molesto presentimiento que lo había acosado durante todo el día regresaba con más fuerza. Sin ningún motivo aparente, intuía que su familia estaba en peligro. Y sabía que era absurdo, sabía que no tenía una explicación racional para aquella sensación, pero no podía evitarlo. Tenía que llegar a casa cuanto antes y comprobar que todo marchaba bien.
Cuando llegó a la granja por fin, el corazón estaba a punto de estallarle del esfuerzo. Dejó la bicicleta tirada junto al cobertizo, sin preocuparse por guardarla, y corrió hacia la entrada.
Se detuvo de pronto, con el corazón latiéndole con fuerza.
Joker, su perro, no había acudido a recibirle, como todos los días. Tampoco se oían sus ladridos desde la parte posterior de la granja. “Habrá ido al bosque”, se dijo Jack, tratando de calmarse.
No pudo evitarlo, sin embargo. Echó a correr de nuevo hacia la puerta de la casa. La halló entreabierta y entró.
Algo le detuvo.
En apariencia, todo parecía normal. La luz del salón estaba encendida, se oía el murmullo apagado del televisor.
Pero se respiraba un ambiente extraño.
Temblando, entró en el salón. Su padre estaba sentado en el sofá, frente al televisor, de espaldas a él. Podía ver su cabeza descansando sobre el respaldo.
—Papá…
No hubo respuesta. En la televisión ponían un estúpido programa de imitadores de cantantes famosos, y Jack se aferró desesperadamente a la idea de que era lógico que su padre se hubiese quedado dormido.
Rodeó el sofá y, tras un breve instante de vacilación, miró a su padre a la cara.
Estaba inmóvil, pálido, con los ojos abiertos de par en par, desenfocados, mirando a ninguna parte. No había ninguna señal de sangre o violencia en su cuerpo.
Pero Jack supo que estaba muerto.
Algo golpeó su conciencia con la fuerza de una pesada maza. Por un momento el tiempo pareció detenerse, y su corazón, con él; pero de inmediato el mundo a su alrededor se tambaleó y empezó a girar a una velocidad abrumadora. Se abalanzó hacia su padre y lo sacudió varias veces, tratando de hacerlo reaccionar. En el fondo sabía que era inútil, pero, simplemente, no quería creerlo.
—¡Papá! Papá, por favor, papá, despierta…
Su voz se quebró con un sollozo aterrorizado. De pronto pensó que tal vez no era demasiado tarde, que tenía que llamar a una ambulancia, y quizá… corrió hacia el teléfono y descolgó el auricular.
Pero no había línea. Jack colgó el teléfono con violencia, rabia y desesperación; se secó las lágrimas con la manga del jersey, dio media vuelta y se precipitó escaleras arriba.
—¡Mamá! —gritó—. ¡Mamá, baja corriendo, trae el móvil!
Tropezó en un escalón y cayó, golpeándose las rodillas, pero eso no lo detuvo. Se levantó de nuevo y siguió corriendo:
—¡¡Mamá…!!
Enmudeció de pronto, porque había alguien al fondo del corredor. Alguien que no era su madre. Frenó en seco, desconcertado. Los dos se miraron un momento.
Se trataba de un hombre de ojos de color avellana y rasgos delicados, pero expresión dura y ligeramente burlona. Vestía algo parecido a una túnica que le llegaba por los pies, y tenía el cabello oscuro y encrespado.
—¿Quién… quién es usted? —murmuró Jack, confuso y todavía con los ojos llenos de lágrimas.
Algo atrajo su atención, sin embargo. Sobre el parquet, a los pies del individuo de la túnica había un bulto inerte. Jack lo reconoció, y sintió que las piernas le temblaban; tuvo que apoyarse en la pared para no caerse.
Era su madre, que yacía en el suelo, pálida, con la cabeza vuelta hacia él y los ojos abiertos.
Jack sintió que la sangre se le congelaba en las venas. Aquello no podía estar sucediendo…
Pero no había duda. La mirada de su madre era vacía, inexpresiva.
Sus ojos estaban muertos.
—¡¡¡Mamááá!!! —gritó el chico, fuera de sí.
Echó a correr hacia ella, sin importarle para nada la presencia del hombre de pelo negro…
Todo sucedió muy deprisa. El desconocido gritó unas palabras en un idioma que Jack no conocía (pero que, de pronto, le sonó extrañamente familiar) y algo golpeó al chico en el pecho, dejándolo sin aliento, y lo lanzó hacia atrás.
Jack chocó contra la pared y sacudió la cabeza, aturdido y respirando con dificultad. No tenía ni idea de qué era lo que lo había empujado con tanta violencia; el individuo de la túnica estaba aún lejos de su alcance cuando aquel lo-que-fuera lo había lanzado contra la pared.
Pero no se detuvo a pensar en ello. El golpe lo devolvió a la realidad.
Se dio cuenta de que, muy probablemente, aquel estrafalario individuo era el responsable de la muerte de sus padres; y una parte de sí mismo, que estaba oculta y dormida y solo despertaba en ocasiones puntuales, y que, sin embargo, Jack conocía muy bien, aullaba de dolor, ira y sed de venganza.
Por otro lado, sabía que lo más prudente era dar media vuelta y echar a correr, escapar, avisar a la policía….
Por suerte para él, logró dominar su ira y dejar paso a la sensatez. Se puso en pie de un salto, reaccionando más deprisa de lo que su oponente había previsto. Echó a correr en dirección a las escaleras y lo oyó gritar a su espalda, pero no se detuvo. Bajó a todo correr; en su precipitación, tropezó de nuevo y cayó rodando hasta el salón.
Pero, cuando estaba a punto de levantarse, sintió una presencia gélida tras él, y se estremeció, sin poderlo evitar. Se volvió lentamente…
Ante él se hallaba un chico algo mayor que él, vestido de negro. Era delgado y fibroso, de facciones angulosas y cabello castaño claro, muy fino y liso, que le caía a ambos lados del rostro. Sus ojos azules se clavaron en él, inquisitivos.
Era la primera vez que se encontraban, de eso Jack estaba seguro, pero, por alguna razón, no pudo evitar sentir una súbita repulsa hacia él, como si el mero hecho de estar cerca de aquel desconocido le produjese escalofríos.
Reprimió un estremecimiento y lo miró a los ojos.
Y de pronto sintió algo extraño, una sacudida, como si algo se hubiese introducido en su interior y estuviese explorando sus más secretos pensamientos y sus más íntimos sentimientos.
Y otra cosa.
Frío.
Jack se quedó paralizado, hechizado por la mirada del joven de negro.
“Te estaba buscando”, se oyó una voz en su mente.
Y, en aquel mismo instante, Jack supo, de alguna manera, que iba a morir, como lo sabe la mosca que queda atrapada en la telaraña, como lo sabe un ratón que se topa con la mirada de una serpiente.
Pero entonces algo tiró de él y lo arrojó a un lado con violencia, apartándolo del muchacho de negro. Jack cayó al suelo, sobre la alfombra, sacudió la cabeza y se giró para ver qué estaba pasando y quién lo había alejado de la mirada de la muerte.
Su salvador era un joven de unos veinte años, alto y musculoso, de cabello castaño corto y expresión grave y severa, que había aparecido de la nada, interponiéndose entre Jack y el otro muchacho. Había algo en él que imponía respeto, a pesar de las extrañas ropas que vestía. El chico de negro lo miró impasible, pero adoptó una postura de serena cautela. Y entonces, ante la atónita mirada de Jack, el recién llegado sacó una espada del cinto y le plantó cara a su oponente. El de negro pareció aceptar el desafío, porque extrajo su propia espada de una vaina que llevaba sujeta a la espalda y paró el golpe de su contrincante con una rapidez y una agilidad casi sobrehumanas. Jack, paralizado de terror, se quedó mirando cómo aquellos dos desconocidos iniciaban un duelo de espadas en el salón de su propia casa. Volcaron la mesa del comedor, desgarraron las cortinas, destrozaron el televisor con una estocada que no dio en el blanco. Jack asistía impotente a aquel estropicio, pero no se atrevía a moverse. El joven recién llegado se movía con seguridad y serenidad, y los golpes que descargaba eran más fuertes; pero el muchacho de negro era mucho más rápido, ágil, silencioso y letal. Jack se dio cuenta de que, cada vez que las dos espadas se encontraban, una especie de destello sobrenatural brotaba de sus filos.
Aquello no era real, era una pesadilla, no podía estar pasando. Quiso gritar, pero entonces alguien tiró de él y le tapó la boca.
Jack sintió que se mareaba. Su primer impulso fue tratar de deshacerse del abrazo, pero no lo logró. Se volvió y vio que su captor era un chico delgado de unos dieciocho o diecinueve años, de cabello negro, grandes ojos oscuros, facciones agradables y gesto serio. Jack quiso librarse de él, pero el joven era más fuerte. Lo miró a la cara y le dijo que no con la cabeza, y Jack entendió que era un amigo y estaba allí para ayudarlo. Lo agarró por los brazos con desesperación.
—Por favor —sollozó—, por favor, ayudadme… mis padres…
Pero el joven sacudió la cabeza, y le dijo algo en otro idioma, y Jack comprendió que hablaban lenguas distintas. Se volvió para señalar el sofá donde yacía el cuerpo de su padre, pero al final giró la cabeza con brusquedad porque no se atrevía a mirar.
Mientras tanto, los otros dos seguían con su particular duelo de esgrima, y el individuo de la túnica, el asesino de los padres de Jack, se había asomado a lo alto de la escalera. El muchacho que sujetaba a Jack se dio cuenta de ello. Gritó algo y su compañero asintió y retrocedió hasta él. El chico de negro corrió tras él y descargó la espada sobre ellos, justo cuando su oponente agarraba del brazo a su amigo.
Jack sintió unos dedos clavándose dolorosamente en su antebrazo y lo último que vio antes de que todo empezase a dar vueltas fueron unos gélidos ojos azules…
Se llamaba Jack. Hacía ya un par de años que vivía con sus padres en aquella granja a las afueras de Silkeborg, una pequeña ciudad danesa, y todas las tardes, al salir de clase, si el tiempo lo permitía, efectuaba aquel trayecto en bicicleta. Le gustaba hacer ejercicio y, además, el recorrido junto al bosque lo relajaba y apartaba de su mente todas las preocupaciones.
Pero, por alguna razón, aquella vez era diferente.
Llevaba todo el día teniendo una extraña intuición con respecto a su casa y sus padres. No habría sabido decir de qué se trataba, pero tampoco había podido evitar llamar a su madre a mediodía, para asegurarse de que los dos estaban bien, y lo había encontrado todo en orden. Sin embargo, apenas un rato antes, al salir del colegio, había sentido que aquel molesto presentimiento que lo había acosado durante todo el día regresaba con más fuerza. Sin ningún motivo aparente, intuía que su familia estaba en peligro. Y sabía que era absurdo, sabía que no tenía una explicación racional para aquella sensación, pero no podía evitarlo. Tenía que llegar a casa cuanto antes y comprobar que todo marchaba bien.
Cuando llegó a la granja por fin, el corazón estaba a punto de estallarle del esfuerzo. Dejó la bicicleta tirada junto al cobertizo, sin preocuparse por guardarla, y corrió hacia la entrada.
Se detuvo de pronto, con el corazón latiéndole con fuerza.
Joker, su perro, no había acudido a recibirle, como todos los días. Tampoco se oían sus ladridos desde la parte posterior de la granja. “Habrá ido al bosque”, se dijo Jack, tratando de calmarse.
No pudo evitarlo, sin embargo. Echó a correr de nuevo hacia la puerta de la casa. La halló entreabierta y entró.
Algo le detuvo.
En apariencia, todo parecía normal. La luz del salón estaba encendida, se oía el murmullo apagado del televisor.
Pero se respiraba un ambiente extraño.
Temblando, entró en el salón. Su padre estaba sentado en el sofá, frente al televisor, de espaldas a él. Podía ver su cabeza descansando sobre el respaldo.
—Papá…
No hubo respuesta. En la televisión ponían un estúpido programa de imitadores de cantantes famosos, y Jack se aferró desesperadamente a la idea de que era lógico que su padre se hubiese quedado dormido.
Rodeó el sofá y, tras un breve instante de vacilación, miró a su padre a la cara.
Estaba inmóvil, pálido, con los ojos abiertos de par en par, desenfocados, mirando a ninguna parte. No había ninguna señal de sangre o violencia en su cuerpo.
Pero Jack supo que estaba muerto.
Algo golpeó su conciencia con la fuerza de una pesada maza. Por un momento el tiempo pareció detenerse, y su corazón, con él; pero de inmediato el mundo a su alrededor se tambaleó y empezó a girar a una velocidad abrumadora. Se abalanzó hacia su padre y lo sacudió varias veces, tratando de hacerlo reaccionar. En el fondo sabía que era inútil, pero, simplemente, no quería creerlo.
—¡Papá! Papá, por favor, papá, despierta…
Su voz se quebró con un sollozo aterrorizado. De pronto pensó que tal vez no era demasiado tarde, que tenía que llamar a una ambulancia, y quizá… corrió hacia el teléfono y descolgó el auricular.
Pero no había línea. Jack colgó el teléfono con violencia, rabia y desesperación; se secó las lágrimas con la manga del jersey, dio media vuelta y se precipitó escaleras arriba.
—¡Mamá! —gritó—. ¡Mamá, baja corriendo, trae el móvil!
Tropezó en un escalón y cayó, golpeándose las rodillas, pero eso no lo detuvo. Se levantó de nuevo y siguió corriendo:
—¡¡Mamá…!!
Enmudeció de pronto, porque había alguien al fondo del corredor. Alguien que no era su madre. Frenó en seco, desconcertado. Los dos se miraron un momento.
Se trataba de un hombre de ojos de color avellana y rasgos delicados, pero expresión dura y ligeramente burlona. Vestía algo parecido a una túnica que le llegaba por los pies, y tenía el cabello oscuro y encrespado.
—¿Quién… quién es usted? —murmuró Jack, confuso y todavía con los ojos llenos de lágrimas.
Algo atrajo su atención, sin embargo. Sobre el parquet, a los pies del individuo de la túnica había un bulto inerte. Jack lo reconoció, y sintió que las piernas le temblaban; tuvo que apoyarse en la pared para no caerse.
Era su madre, que yacía en el suelo, pálida, con la cabeza vuelta hacia él y los ojos abiertos.
Jack sintió que la sangre se le congelaba en las venas. Aquello no podía estar sucediendo…
Pero no había duda. La mirada de su madre era vacía, inexpresiva.
Sus ojos estaban muertos.
—¡¡¡Mamááá!!! —gritó el chico, fuera de sí.
Echó a correr hacia ella, sin importarle para nada la presencia del hombre de pelo negro…
Todo sucedió muy deprisa. El desconocido gritó unas palabras en un idioma que Jack no conocía (pero que, de pronto, le sonó extrañamente familiar) y algo golpeó al chico en el pecho, dejándolo sin aliento, y lo lanzó hacia atrás.
Jack chocó contra la pared y sacudió la cabeza, aturdido y respirando con dificultad. No tenía ni idea de qué era lo que lo había empujado con tanta violencia; el individuo de la túnica estaba aún lejos de su alcance cuando aquel lo-que-fuera lo había lanzado contra la pared.
Pero no se detuvo a pensar en ello. El golpe lo devolvió a la realidad.
Se dio cuenta de que, muy probablemente, aquel estrafalario individuo era el responsable de la muerte de sus padres; y una parte de sí mismo, que estaba oculta y dormida y solo despertaba en ocasiones puntuales, y que, sin embargo, Jack conocía muy bien, aullaba de dolor, ira y sed de venganza.
Por otro lado, sabía que lo más prudente era dar media vuelta y echar a correr, escapar, avisar a la policía….
Por suerte para él, logró dominar su ira y dejar paso a la sensatez. Se puso en pie de un salto, reaccionando más deprisa de lo que su oponente había previsto. Echó a correr en dirección a las escaleras y lo oyó gritar a su espalda, pero no se detuvo. Bajó a todo correr; en su precipitación, tropezó de nuevo y cayó rodando hasta el salón.
Pero, cuando estaba a punto de levantarse, sintió una presencia gélida tras él, y se estremeció, sin poderlo evitar. Se volvió lentamente…
Ante él se hallaba un chico algo mayor que él, vestido de negro. Era delgado y fibroso, de facciones angulosas y cabello castaño claro, muy fino y liso, que le caía a ambos lados del rostro. Sus ojos azules se clavaron en él, inquisitivos.
Era la primera vez que se encontraban, de eso Jack estaba seguro, pero, por alguna razón, no pudo evitar sentir una súbita repulsa hacia él, como si el mero hecho de estar cerca de aquel desconocido le produjese escalofríos.
Reprimió un estremecimiento y lo miró a los ojos.
Y de pronto sintió algo extraño, una sacudida, como si algo se hubiese introducido en su interior y estuviese explorando sus más secretos pensamientos y sus más íntimos sentimientos.
Y otra cosa.
Frío.
Jack se quedó paralizado, hechizado por la mirada del joven de negro.
“Te estaba buscando”, se oyó una voz en su mente.
Y, en aquel mismo instante, Jack supo, de alguna manera, que iba a morir, como lo sabe la mosca que queda atrapada en la telaraña, como lo sabe un ratón que se topa con la mirada de una serpiente.
Pero entonces algo tiró de él y lo arrojó a un lado con violencia, apartándolo del muchacho de negro. Jack cayó al suelo, sobre la alfombra, sacudió la cabeza y se giró para ver qué estaba pasando y quién lo había alejado de la mirada de la muerte.
Su salvador era un joven de unos veinte años, alto y musculoso, de cabello castaño corto y expresión grave y severa, que había aparecido de la nada, interponiéndose entre Jack y el otro muchacho. Había algo en él que imponía respeto, a pesar de las extrañas ropas que vestía. El chico de negro lo miró impasible, pero adoptó una postura de serena cautela. Y entonces, ante la atónita mirada de Jack, el recién llegado sacó una espada del cinto y le plantó cara a su oponente. El de negro pareció aceptar el desafío, porque extrajo su propia espada de una vaina que llevaba sujeta a la espalda y paró el golpe de su contrincante con una rapidez y una agilidad casi sobrehumanas. Jack, paralizado de terror, se quedó mirando cómo aquellos dos desconocidos iniciaban un duelo de espadas en el salón de su propia casa. Volcaron la mesa del comedor, desgarraron las cortinas, destrozaron el televisor con una estocada que no dio en el blanco. Jack asistía impotente a aquel estropicio, pero no se atrevía a moverse. El joven recién llegado se movía con seguridad y serenidad, y los golpes que descargaba eran más fuertes; pero el muchacho de negro era mucho más rápido, ágil, silencioso y letal. Jack se dio cuenta de que, cada vez que las dos espadas se encontraban, una especie de destello sobrenatural brotaba de sus filos.
Aquello no era real, era una pesadilla, no podía estar pasando. Quiso gritar, pero entonces alguien tiró de él y le tapó la boca.
Jack sintió que se mareaba. Su primer impulso fue tratar de deshacerse del abrazo, pero no lo logró. Se volvió y vio que su captor era un chico delgado de unos dieciocho o diecinueve años, de cabello negro, grandes ojos oscuros, facciones agradables y gesto serio. Jack quiso librarse de él, pero el joven era más fuerte. Lo miró a la cara y le dijo que no con la cabeza, y Jack entendió que era un amigo y estaba allí para ayudarlo. Lo agarró por los brazos con desesperación.
—Por favor —sollozó—, por favor, ayudadme… mis padres…
Pero el joven sacudió la cabeza, y le dijo algo en otro idioma, y Jack comprendió que hablaban lenguas distintas. Se volvió para señalar el sofá donde yacía el cuerpo de su padre, pero al final giró la cabeza con brusquedad porque no se atrevía a mirar.
Mientras tanto, los otros dos seguían con su particular duelo de esgrima, y el individuo de la túnica, el asesino de los padres de Jack, se había asomado a lo alto de la escalera. El muchacho que sujetaba a Jack se dio cuenta de ello. Gritó algo y su compañero asintió y retrocedió hasta él. El chico de negro corrió tras él y descargó la espada sobre ellos, justo cuando su oponente agarraba del brazo a su amigo.
Jack sintió unos dedos clavándose dolorosamente en su antebrazo y lo último que vio antes de que todo empezase a dar vueltas fueron unos gélidos ojos azules…
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